20 enero 2011

la inexactitud de mis palabras

no sabía exactamente como había llegado hasta allí, mi extrañado y cansado cuerpo.
Deseaba tener cuchillas en los dedos en vez de, tener estas uñas en mis gruesos dedos.
Pegajosa:
pegados mis uñas a mis dedos, los dedos a las manos, las manos a mis antebrazos, los antebrazos-que son de piel pero no de ante- a mis codos, éstos, más tarde, a los codos, los codos a los hombros y mis hombros a mi endeble cuello. Del endeble cuello a la tierna nuca, la nuca al descerebrado cerebro de mi pequeña gran cabeza.
Y otra vez, por los pelos, voy de culo en mi cabeza.
Estoy tan pegada. Tan enganchada. Pegajosa sin orden alguno, pero en contínuo funcionamiento.
Estoy más unida conmigo misma que nunca.
En sintonía. Caótica con el caos de afuera.
Pero yo, antes que unida y pegajosa, deseaba estar rota.

     Y a cada movimiento sutil, adrede, ajeno, propio, sincero y provocado; a cada estúpido y aglutinado paso asfixiado de mi garganta, yo sangraría, suspiraría a gritos:
" de la única, sencilla y bella manera que existe de nacer, a mis años, me confundiria ante el amplio abanico de posibilidades que la muerte ahora me mostraba.".

Uno no puede escoger como nacer. Pero ahora era consciente en cómo elegir mi propia muerte. 
Podría inventarme mi saludo de adiós, o copiar otros: adiós tierra hola cielo, bye bye cincinatti, hasta otra, click (sonido de mi guiño de ojo), hasta nunca, adiós pongo por testigo, hasta luego cocodrilo, cantando a lo Frank S. My Way, a lo Toy Story:hasta el infinito y más allá, a la francesa: arrevoire, o simplemente sacaría el dedo corazón o no diría nada y que mi ausencia lo dijese todo.

Pero tras divagar, ninguna muerte me satisface más que esta manera.
La más pegajosa.
La más dolorosa.
Morirme de amor.

Así que decidi apoyar mi cansada cabeza en mi corazón, el que me destrozaría.
Triste, magullada y soñolienta, aparecería mi corazón por doquier,  en infinitos pedacitos.
¿Para qué me servían, agonías en mi vida ?, estas manos con estos dedos, y estos dedos con estas uñas. 
Debería golpearme con los pies. Quedarme sin sentido. Tenderme y extenderme en este suelo extrañamente acolchonado.
Dibujo en mi rica cara una sonrisa, ¡cuán impresionantemente triste me resulta!.

No tenía simpatía por ninguno de los que conversaban con él.
Inconscientemente, repetía en mi cabeza un poema que aturdia mis oidos:

Habitaba en mi cansancio lluvia de esparto.
Vivian en mi memoria, palabras gloriosas.
Bollos calientes
atomos que se lavaban la cara,
palabras que ante la inmensidad del día,
se apelmazaban con temor en los agujeros de mis caries.
Mis raices, ya sangrantes permitian que se diversificara hasta las pestañas.
De dos pestañas que tenía,
las más largas y más ancianas
ya ellas blancas, muy blancas gritaban:
en la negredad de mi ojo, azul de colores, gris, amarillo, rojo, azules de todas las gamas, el más azul.
Ese Zul.

Regresé a la vida al recordar mis amplias aspiraciones y mi disperso monologo.
Lo miro y me pierdo.
Dejé de concentrame en el punto en que volví a reencontrarte.

Yo este punto, no lo recordaba.
Así que regreso a por la persona  que más me ha importado en esta maravillosa y estúpida vida: yo.
Me dejaba, me olvidaba, me abandonaba, me desgarraba la piel en la esquina de la mesa, en esta en la que todo puede suceder, sobre todo, si vas descalza de codos como yo.
Las putas esquinas.

Tan cansada, que la boca se me desdibujó, que los labios se vistieron de lila morado.
Mis ojos se trasladaron, perdieron la mirada.
La espalda, se giró para buscarlos, y de lo agustito que se encontró, ahi se me quedó.
Los pies, en busca de ésta, caminaron sin mi.
Desgarradas las uñas de la carne que las aguantaba, mis dientes ya torpes, se tropezaban con restos de comidas atrasadas. 
Y las palabras, mis palabras,
grandes y vacías,
agolpadas las unas contra las otras... discutiendo.
Y las arrugas se agolparon para dibujar la más bella.
Mis arrugas infinitas ¡qué bellas!.

Qué feo todo.

Las venas, entrelazadas las unas con las otras, ya sabía yo, que no era más que un gran charco de sangre. Así que ha llegado la hora, dejo a tu lugar, al rincón de tu memoria, a tus encantos, mi poco encanto, como muestra éste  pensamiento olvidado: 
habías olvidado lo imbécil que fuiste por no saber amar.

No hay comentarios: